– «¿Quiénes están trabajando ahora?», pregunto para romper el hielo, en la mesa en la que 6 estudiantes están a punto de rendir un final.
– «Yo estoy trabajando, pero no “de diseño”» contesta una estudiante…
Nuevamente una frase que había escuchado N veces, y que inevitablemente me conecta con el momento en que me interpeló una inquietud que transformó mi manera de entender y ejercer la profesión: ¿Qué es “hacer diseño”?
La pregunta fue el golpe de gracia –o quizá la consecuencia- de un año de cursada muy duro, en el que no me estaba yendo tan bien como yo quería. A mitad de año se había declarado sin piedad la crisis vocacional que me llevo a plantearme seriamente un cambio de carrera. Sentía que no me veía (no me imaginaba, no me proyectaba), en un futuro cercano, haciendo aquello que los docentes describían, mostraban y destacaban como parte de la práctica del diseño: dibujar, plantear alternativas formales, construir maquetas, hablar con clientes sobre los briefs del proyecto, entre otras cosas. Sumado a esto, me comparaba con mis compañeros y no podía decir que mi producción se destacara, aunque había aprobado la mitad de las materias de la carrera, incluso con algunas buenas calificaciones.
La inquietud hacía mella en el espíritu: si había sido capaz de aprobar, e incluso demostrar algunas habilidades para el proyecto, ¿Por qué no lograba conectarme con lo que se suponía que debía apasionarme?
Esa fue la primera vez que se me ocurrió pensar que quizá no había una única forma de ‘hacer diseño’, que esa imagen de diseñador que se intentaba promover no era necesariamente lo que ‘todos’ los diseñadores podíamos ser. Parecía haber una luz al final túnel.
Ese momento ‘bisagra’ me abrió un nuevo panorama, me permitió reflexionar e identificar en que partes del proceso de diseño podía desplegarme mejor, donde agregaba valor, en que rol me sentía útil y en que me diferenciaba positivamente de mis colegas. Claramente el mío no era un mundo de bocetos, renders y maquetas, sino de información, análisis y conceptos, pero no en un sentido abstracto o teórico, sino conectado con una visión de transformación concreta, material.
¿Iba a ser menos diseñadora si no manejaba el último software de modelado? ¿Desperdiciaría años de estudio al no dedicar mis horas a la definición de los detalles de un producto? ¿Sentiría frustración por no aplicar todos y cada uno de los contenidos que había visto?
Mi respuesta a todo eso fue no, y ese fue el punto de partida para el (largo) camino de definición de lo que significaría ‘hacer diseño’ para mí, sin pretender ni exigir la aprobación o el consenso de otros.
Empecé por la investigación, y me ‘adoptaron’ como becaria estudiante en un proyecto académico. Me ofrecieron herramientas, me impulsaron a explorar mis intereses y me acompañaron a entender reglas y costumbres. Pude desplegar habilidades analíticas y conectarme con la escritura como medio de comunicación y difusión de ideas y modelos conceptuales, lo que años después me ayudarían a publicar artículos e incluso algunos libros como “En torno al producto”(Nota del blog: uno de nuestros favoritos), “A través de las experiencias”, “10 años del CMD” y “Diseño en proceso”.
Con el título en mano, adopté cierto espíritu ‘kamikaze’, para permitirme explorar temas, espacios y problemas que en principio no parecían parte del campo ‘de diseño’ –como la política pública y los instrumentos de apoyo-, esforzándome por aplicar lo que pudiera, como pudiera, de lo que había estado haciendo durante 6 años en la facultad. Enfrenté muchas veces la incertidumbre, y una visión crítica y consciente me ayudó a empujar los límites, a aprender y a crecer.
También leí todo lo que llegaba a mis manos, siempre que me resultara atractivo o interesante, para encontrar conexiones nuevas. Me permití dudar, equivocarme y sentir que ‘no sabía’. Encontré mentores, sponsors, socios, cómplices, y otros kamikazes que confiaron en mí o arriesgaron conmigo.
Tuve suerte. Pero también tuve la motivación de pensar en el diseño como una disciplina que no se limita a ‘hacer diseño’ sino que busca proyectar soluciones a futuro, entendiendo que a veces esas soluciones son productos, pero otras veces son organizaciones, programas, iniciativas, planes o políticas.
Casi 20 años después de mi crisis, estoy convencida de que la disciplina se construye en la práctica (¡se diseña!), y gracias a eso el diseño abarca cada vez un territorio más amplio y más diverso de miradas y abordajes profesionales. Y la respuesta a mis estudiantes sigue siendo ‘eso que hacemos también es hacer diseño’.
Paulina Becerra, Buenos Aires.