Ya que hay el chance en este blog de Ficto, (¡qué viva Ficto!) quiero compartir algo que escribí en 2017 y que hoy, lo siento más vigente que nunca. ¡A ti te hablo diseñador que no reconoces la co-autoría y que deberías pensar en co-diseño en la artesanía!
Me he reencontrado con México. En el 2013 finalicé mis estudios y desde entonces no había vuelto. Cuatro años parecen poco, pero cuando el cariño es inmenso, son una eternidad. Vuelvo con otros proyectos, con otras expectativas, con otra mirada, y así, México se descubre artesanal y poderoso: desde sus alebrijes, pasando por su cerámica bruñida, hasta los adornos navideños manufacturados con papel; las manos mexicanas trabajan las materias primas dotándoles de significados. En cada rincón, México produce contenidos simbólicos y los que estamos vinculados a la creación deberíamos aprender de ellos lo que es el co-diseño en la artesanía.
Mi primera parada fue Guadalajara, donde me alojé con mi ñaño mexicano Ismael Rodríguez. Ismael es un artista que utiliza su cuerpo como herramienta de expresión; ha explorado la arquitectura, la danza, el travestismo, el performance y la artesanía. Buena parte de su trabajo ha consistido en reflexiones en torno al objeto y a la huella que quien lo crea deja en éste. Así, tiene un profundo respeto por los maestros y las maestras artesanas.
Este es uno de los puntos que compartimos y nos mueven a soñar proyectos conjuntos: creemos que la persona que hace artesanía es una artista, cada pieza es única y es una obra de arte en sí misma que debe llevar la firma de quien la crea. Con esta premisa fui a conocer a Pedro Romo, tejedor.
Ubicada en San Andrés, un barrio histórico de la ciudad, su casa se distingue del resto desde la fachada: repleta de color y detalles en los que las plantas son protagonistas. De cada rincón aparecen tesoros, reliquias guardadas para dar cuenta del trabajo de su padre y de su abuelo, de quienes Pedro aprendió el oficio de tejer: desde diminutas balanzas que todavía funcionan, pasando por la primera tarjeta de presentación diseñada por él mismo, hasta llegar a láminas pintadas a mano que muestran cada una de las variaciones de los diseños en telar de pedal.
En los años 70´s las obras de Pedro se expusieron en el MoMa, sí, en el famosísimo museo en Nueva York. Fue una co-creación en la que el artista Pierre Clerk entregaba los diseños y Pedro los ejecutaba haciendo ajustes propios “para que la pieza funcione”. Varias obras tejidas de inmensas dimensiones componían la muestra y para lograrlo tuvo que construir, junto a su primo, un telar de cuatro metros de ancho. Ahí lo tiene, ocupando tres cuartas partes de su taller. Ahí sigue tejiendo, inventando diseños, probando colores.
Y es que Pedro es químico – experimenta fórmulas para obtener nuevos colores y reproduce las recetas de su padre -, es pedagogo – da clases permanentes de tejido a una diversidad de estudiantes de su ciudad –, es conferencista – fue expositor de CreativeMornings Guadalajara -, es ingeniero – retando a la física para lograr un telar absolutamente funcional de insólitas dimensiones -, es historiador de la técnica artesanal que practica y es promotor cultural de su país.
- ¿Pedro, por qué no firmas tu obra?
- Pues porque no soy artista, soy un simple tejedor.
Pedro ríe, amplia y dulcemente.
Cada vez más diseñadores y artistas solicitan a maestras y maestros artesanos realizar piezas por encargo. Aún cuando el pago sea justo (que rara vez lo es), la relación es asimétrica en tanto el reconocimiento es solo para una de las partes. Las colecciones “By nombre y apellido del diseñador” reconocen la autoría de diseño más no del artesano cuyo trabajo y conocimientos – sin los cuales la obra final jamás podría ser lo que es- son considerados como “servicios de un proveedor”.
Esto evidencia la jerarquía de saberes, la consideración de que unos conocimientos son más válidos que otros. El diseñador o la diseñadora son considerados como profesionales, cuya inspiración y trabajo desarrolló “EL diseño”; mientras que toda la carga conceptual, histórica, identitaria y de resistencia contenida en la técnica artesanal se ve disminuida y denigrada. Así, se siguen alimentando las relaciones desiguales. ¿No lo creen? He escuchado a diseñadores hablar de “mis artesanos” y negarse a compartir sus contactos porque “me costó mucho encontrarlos, luego no me va a cumplir”. ¡Estoy segura que les ha pasado también! Estas perversas relaciones de poder deben ser superadas.
El Arte (esa institución con A mayúscula) todavía corresponde a unos pocos “grandes e iluminados”. Resulta necesario desmitificar el ejercicio artístico, comprender que “el arte no es una actividad autónoma y libre de un individuo superdotado, “influido” por los artistas anteriores y, de forma más vaga y superficial, por las “fuerzas sociales” (…), sino que se encuadra en una situación social, es un elemento clave de esta estructura social y está condicionada y determinada por instituciones sociales concretas y definibles, ya sean academias de arte, sistemas de mecenazgo o mitologías sobre el creador divino o el artista como “supermacho” o marginado social.”
La obra que más le gusta a Pedro es la reproducción de un paisaje de Tonalá (capital alfarera del Estado) visto desde el cerro de la Reina.
– Me inspiré en las montañas y las tejí con los colores que tenía disponible, luego me pidieron la pieza para exponer. Se titula ¨Montañas en Azul”.
– Y entonces, ¿no es artista Pedro?
– No, no. Soy un simple tejedor. (Vuelve a sonreír).
Pedro me prometió que comenzaría a firmar sus obras. Espero que así sea. Me voy movida, repleta, agradecida. Y me voy aún más convencida de que el oficio artesanal es un oficio de artistas que además de realizar bellas piezas, son las y los portadores vivos de los saberes que tejen nuestra historia y nuestra memoria.
Me voy segura de que debemos trabajar para garantizar que la firma de un creador – y de una creadora – sea valorada, como esperamos que la nuestra – diseñadores, artistas, gestores- lo sea. No caigamos en una nueva forma de colonialismo, reconozcamos la co-autoría y co-diseño en la artesanía.
Ciudad de México, en el aeropuerto, 7 de diciembre de 2017
Escrito por Daniela Fuentes Monacada, directora del proyecto Manos de Colores.
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